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Último usuario: Desansulo
Destino
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Destino
Cuentos cortos románticos.
Días antes de huir a otras tierras buscando olvidar los problemas, te vi me acerqué y descubrí que habías vuelto de tu viaje, tomé tu teléfono y jamás te contacté... por cosas de la vida me tocó volver a este lugar lleno de recuerdos, y aquélla tarde volví a verte entre la gente, y corrí y tomé tus datos, y en ese momento decidí que no te dejaría ir, y ahora hace 4 años que camino de la mano contigo, que me regalas cada sonrisa, no me queda mas que darte las gracias por atarte a mi destino
Días antes de huir a otras tierras buscando olvidar los problemas, te vi me acerqué y descubrí que habías vuelto de tu viaje, tomé tu teléfono y jamás te contacté... por cosas de la vida me tocó volver a este lugar lleno de recuerdos, y aquélla tarde volví a verte entre la gente, y corrí y tomé tus datos, y en ese momento decidí que no te dejaría ir, y ahora hace 4 años que camino de la mano contigo, que me regalas cada sonrisa, no me queda mas que darte las gracias por atarte a mi destino
Vistelina- Ayudante
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Re: Destino
El tiempo que dura un beso.
Ella necesitaba escapar de amores tóxicos, de mentiras, de manipulaciones, de engaños, de tanta dependencia, de los hombres equivocados. Necesitaba vivir por ella misma, quererse, gustarse, no necesitar. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas que le devolvieran las ganas de hacer cosas, de interesase por otras cosas.
Él estaba agotado, vacío de amores intrascendentes, de historias sin finales felices ni tristes, de historias de amor que ni siquiera empezaban. El miedo a amar, la imposibilidad de entregarse a una persona era su obstáculo para sentir esa ansiedad del amor que te mantiene vivo. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas en donde dejar enterrados sus miedos y empezar una nueva vida.
Y entonces ambos se encontraron para vivir una historia de amor tan breve que nadie se dio cuenta. Ella estaba sentada en las escaleras de aquél museo, pensando, con la mirada perdida en no se sabe qué recuerdos. Lo que él vio mientras se acercaba fue a la mujer más maravillosa derramando lágrimas. No podía ser.
Él secó sus lágrimas con una sonrisa y de repente desapareció. Tardó un instante en volver con la misma sonrisa de antes y una flores robadas al jardín del museo. Ella seguía llorando porque sus sentidos le dieron la voz de alarma cuando él la rozó. Y así juntaron sus miradas y luego sus bocas en un beso que los removió por dentro.
Un beso entre dos desconocidos que se necesitaban urgentemente. Ninguno de los dos quería separar sus labios del otro, sintiendo cómo los temores desaparecían, cómo las inseguridades se convertían en confianza, disfrutando del placer sin obstáculos. Y así estuvieron una eternidad. Una eternidad que duró el tiempo que dura un beso.
Ella necesitaba escapar de amores tóxicos, de mentiras, de manipulaciones, de engaños, de tanta dependencia, de los hombres equivocados. Necesitaba vivir por ella misma, quererse, gustarse, no necesitar. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas que le devolvieran las ganas de hacer cosas, de interesase por otras cosas.
Él estaba agotado, vacío de amores intrascendentes, de historias sin finales felices ni tristes, de historias de amor que ni siquiera empezaban. El miedo a amar, la imposibilidad de entregarse a una persona era su obstáculo para sentir esa ansiedad del amor que te mantiene vivo. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas en donde dejar enterrados sus miedos y empezar una nueva vida.
Y entonces ambos se encontraron para vivir una historia de amor tan breve que nadie se dio cuenta. Ella estaba sentada en las escaleras de aquél museo, pensando, con la mirada perdida en no se sabe qué recuerdos. Lo que él vio mientras se acercaba fue a la mujer más maravillosa derramando lágrimas. No podía ser.
Él secó sus lágrimas con una sonrisa y de repente desapareció. Tardó un instante en volver con la misma sonrisa de antes y una flores robadas al jardín del museo. Ella seguía llorando porque sus sentidos le dieron la voz de alarma cuando él la rozó. Y así juntaron sus miradas y luego sus bocas en un beso que los removió por dentro.
Un beso entre dos desconocidos que se necesitaban urgentemente. Ninguno de los dos quería separar sus labios del otro, sintiendo cómo los temores desaparecían, cómo las inseguridades se convertían en confianza, disfrutando del placer sin obstáculos. Y así estuvieron una eternidad. Una eternidad que duró el tiempo que dura un beso.
Vistelina- Ayudante
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Re: Destino
Historia de amor en la red
Al principio no lo hacía bien, le daba vergüenza, le hacía sentirse antisocial, como si no fuera capaz de establecer una relación con un hombre de la forma habitual. Poco a poco, el chat se convirtió, al menos, en su forma de pasar las noches sin sentir la soledad. Hablaba, hacía amigos y bloqueaba a todos aquellos que le hacían proposiciones no ya indecentes, sino del todo surrealistas.
Y entonces apareció él. Sus amigas no terminaban de creerse que en cuanto apareció en el chat supo que ese hombre le interesaba. ¿Un flechazo por Internet? Lo que no parecía posible se hizo realidad. Le gustaba cómo hablaba, o como escribía, le gustaba lo que decía, cuando hablaban de generalidades y la forma discreta que tuvo de ir más allá, de establecer una especie de intimidad, intimidad digital.
En pocas semanas se convirtió en una persona fundamental en su vida. Carol no se imaginaba llegar a casa y no encontrárselo al otro lado de la pantalla, aunque la verdad es que no daba crédito a su situación. Estaba perdidamente enamorada de un hombre al que no había visto nunca, no sabía cómo olía, ni siquiera cómo era su voz. Pero estaba enamorada, eso estaba claro, con sus mariposas de rigor en el estómago, su ansiedad esperando el momento de conectarse y esa obsesión porque su nombre saliera en todas las conversaciones con sus amigas, en el trabajo y hasta con su familia.
Vistelina- Ayudante
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Re: Destino
Silencio.
Ella lo observó desde lejos sentado en la banca, solitario y pensativo junto a la inmensidad del mar, en una mañana fría, y nublada llena de incertidumbre. Se acercó caminando con los brazos cruzados sin quitarle jamás la vista de encima, vestida de blanco con su pelo negro arreglado y amarrado de una manera especial pero coqueta, con el viento alrededor de su rostro mojado por la llovizna, apuró su paso cada vez más buscando su mirada. Entre pensamientos levantaba de vez en cuando hacia el cielo su mirada, hasta que se sentó un poco más apartada que él.
En medio del sonido del mar y el romper de las olas, escuchó de ese hombre los secretos guardados en su corazón desde el inicio de los tiempos durante largas lunas de noches, y entonces como un cristal, cuidadosamente tomó su mano, entrelazo sus dedos en las suyas, y con la argolla que rodeaba el meñique, habló ella con una tranquila y delicada voz…
-¿Te he dicho alguna vez que te quiero?…”
– “No”. –Contesto.
– “¡Te quiero!”
– “¿Todavía?” – Pregunto.
– “¡Siempre!” –Respondió.
Así se dijeron y con las manos tomadas se quedaron. Apoyada en su espalda con la mirada puesta en sus propios recuerdos permanecieron sentados noche a noche, día a día, interrumpidos solo por el reventar de las olas y el grito de las aves del cielo. A veces él esbozaba una leve sonrisa en su rostro marcado, ella en cambio mojaba sus labios siempre con sus abundantes lagrimas. El tiempo avanzó junto a ellos con las mañanas heladas de esa austral región de Magallanes, el canto típico de las cotorras que volaban junto a los zorzales y las loicas, para dar paso a las nubes cargadas de espesa y abundante agua que mojaba la tierra con la furia de un rayo, y el viento que se desplazaba desde las costas de Tierra del Fuego y de sus canales patagónicos a una prisa indeterminada arrastrando cualquier objeto que se cruzara por su paso.
La gente que caminaba durante la tarde y al caer la noche, contemplaban siempre la figura de dos enamorados apoyados entre sí de manos entrelazadas con la mirada puesta hacia el horizonte y otra hacia la tierra. Se detenían a reflexionar sobre su historia, que con el correr de los años era diálogo obligado por la gente del pueblo y de sus turistas de todos los lugares del mundo. Los niños jugaban subiendo sus escalones donde estaba una pequeña puerta de entrada para merodear más de cerca y poder tocar la imagen vivida de los que decidieron morir congelados hace dos décadas por la crudeza de la zona.
Nunca supieron sus nombres, solo especulaban el origen de uno de ellos. Decían que al hombre le gustaba el silencio y el clima magallánico, otros lo habían visto en Porvenir en la isla grande de tierra del fuego cazando al zorro gris patagónico durante años por el lado de la fauna, otros contaban que dentro de todo era un buen sujeto. Con respecto a la mujer solo se formulaban rumores.
Como de costumbre las parejas jóvenes se acercan a este lugar antes de llegar a sus casas y despedirse del ser amado con un gran beso. Sin embargo más de uno asegura haber escuchado con claridad en la quietud de la noche voces como de silbido del viento queriendo pronunciar palabras que salen de la boca de los que murieron a orillas del mar, pero nadie en el pueblo asegura ni afirma que sea esto cierto.
Ella lo observó desde lejos sentado en la banca, solitario y pensativo junto a la inmensidad del mar, en una mañana fría, y nublada llena de incertidumbre. Se acercó caminando con los brazos cruzados sin quitarle jamás la vista de encima, vestida de blanco con su pelo negro arreglado y amarrado de una manera especial pero coqueta, con el viento alrededor de su rostro mojado por la llovizna, apuró su paso cada vez más buscando su mirada. Entre pensamientos levantaba de vez en cuando hacia el cielo su mirada, hasta que se sentó un poco más apartada que él.
En medio del sonido del mar y el romper de las olas, escuchó de ese hombre los secretos guardados en su corazón desde el inicio de los tiempos durante largas lunas de noches, y entonces como un cristal, cuidadosamente tomó su mano, entrelazo sus dedos en las suyas, y con la argolla que rodeaba el meñique, habló ella con una tranquila y delicada voz…
-¿Te he dicho alguna vez que te quiero?…”
– “No”. –Contesto.
– “¡Te quiero!”
– “¿Todavía?” – Pregunto.
– “¡Siempre!” –Respondió.
Así se dijeron y con las manos tomadas se quedaron. Apoyada en su espalda con la mirada puesta en sus propios recuerdos permanecieron sentados noche a noche, día a día, interrumpidos solo por el reventar de las olas y el grito de las aves del cielo. A veces él esbozaba una leve sonrisa en su rostro marcado, ella en cambio mojaba sus labios siempre con sus abundantes lagrimas. El tiempo avanzó junto a ellos con las mañanas heladas de esa austral región de Magallanes, el canto típico de las cotorras que volaban junto a los zorzales y las loicas, para dar paso a las nubes cargadas de espesa y abundante agua que mojaba la tierra con la furia de un rayo, y el viento que se desplazaba desde las costas de Tierra del Fuego y de sus canales patagónicos a una prisa indeterminada arrastrando cualquier objeto que se cruzara por su paso.
La gente que caminaba durante la tarde y al caer la noche, contemplaban siempre la figura de dos enamorados apoyados entre sí de manos entrelazadas con la mirada puesta hacia el horizonte y otra hacia la tierra. Se detenían a reflexionar sobre su historia, que con el correr de los años era diálogo obligado por la gente del pueblo y de sus turistas de todos los lugares del mundo. Los niños jugaban subiendo sus escalones donde estaba una pequeña puerta de entrada para merodear más de cerca y poder tocar la imagen vivida de los que decidieron morir congelados hace dos décadas por la crudeza de la zona.
Nunca supieron sus nombres, solo especulaban el origen de uno de ellos. Decían que al hombre le gustaba el silencio y el clima magallánico, otros lo habían visto en Porvenir en la isla grande de tierra del fuego cazando al zorro gris patagónico durante años por el lado de la fauna, otros contaban que dentro de todo era un buen sujeto. Con respecto a la mujer solo se formulaban rumores.
Como de costumbre las parejas jóvenes se acercan a este lugar antes de llegar a sus casas y despedirse del ser amado con un gran beso. Sin embargo más de uno asegura haber escuchado con claridad en la quietud de la noche voces como de silbido del viento queriendo pronunciar palabras que salen de la boca de los que murieron a orillas del mar, pero nadie en el pueblo asegura ni afirma que sea esto cierto.
FIN
Vistelina- Ayudante
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